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3 Cuentos de dinosaurios para niños

No hay imagen más clásica que la de los padres contando cuentos para dormir a los niños.

Es una buena costumbre no sólo porque fomenta la lectura y estimula la imaginación sino también porque se crea un vínculo especial entre padres e hijos.

Además, también es un momento en el que los pequeños se relajan de la actividad del todo el día al mismo tiempo que imaginan mundos fantásticos y crean imágenes para todo lo que están oyendo.

De esta forma, aumenta su creatividad.

Hemos creado unos cuentos de dinosaurios cortos para poder contar a los niños. Son cuentos de dinosaurios para dormir aunque en realidad se pueden contar en cualquier momento: los niños superarán sus temores y mejorarán su percepción del mundo.

Esperamos que estos cuentos de dinosaurios infantiles gusten a vuestros hijos, sobrinos, primos, etc… y que pronto comencéis a notar sus beneficios: el desarrollo de la atención y la memoria, el aprendizaje sobre valores y conceptos sencillos y la mejora del lenguaje.

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Cuento I: El concurso del Tyrannosaurus Rex

Una día, en plena selva cretácica, el gran Tyrannosaurus Rex decidió organizar un gran concurso en el que podían participar todos los dinosaurios que quisieran.

El Tyrannosaurus Rex era muy grande y tenía una boca enorme llena de colmillos pero tenía unos brazos muy cortitos y no podía cortar madera de los árboles para hacerse una casa en la que vivir.

A veces se sentía un poco triste porque aunque sus rugidos daban miedo y podía correr muy rápido, no era capaz de coger casi nada con sus pequeñas garras delanteras.

Como era muy orgulloso, no quiso pedir ayuda a ninguno de sus amigos dinosaurios así que pensó en hacer un concurso: el dinosaurio que más madera le llevara, tendría como premio una casa igual que la suya y con todo lo que quisiera.

El Tyrannosaurus Rex esperaba que todos los dinosaurios se esforzaran mucho ya que el premio que podían conseguir era realmente bueno.

Los dinosaurios van a recoger madera

Los dinosaurios se pusieron muy contentos, ¡todos querían vivir en una casa! Muchos de ellos vivían en cuevas o en agujeros que hacían en el suelo así que se esforzaron mucho para poder ganar el concurso del Tyrannosaurus Rex. Rápidamente todos fueron al bosque para conseguir madera.

Además, los dinosaurios estaban un poco aburridos así que les alegró mucho poder participar en ese concurso que además, les parecía muy fácil. ¡Sólo había que coger madera!

Los pequeños Velociraptor fueron los primeros en llegar porque corrían muy rápido pero los grandes diplodocus podían coger ramas altas gracias a sus largos cuellos. Cada dinosaurio tenía su punto fuerte para intentar ganar el concurso.

– ¿Nos ayudáis? – les dijeron los velociraptor, que solamente podían coger ramitas pequeñas del suelo.

– ¡Claro que sí! Podéis subir por nuestras largas colas – dijeron los diplodocus.

El Tyrannosaurus Rex estaba muy contento viendo trabajar a sus amigos dinosaurios: gracias a ellos, pronto tendría una casa en la que poder vivir y también una cama para dormir.

Los primeros dinosaurios empezaron a llevar la madera y la colocaban enfrente del Tyrannosaurus Rex haciendo montones y montones de leña. Todos estaban contentos, ¡había madera para hacer muchas casas!

El día estaba siendo muy divertido para todos los dinosaurios de la selva, ¡tenían ganas de saber quién iba a ser el ganador del concurso!

El ganador del concurso

El Tyrannosaurus empezó a mirar los montones de madera que le habían traído los dinosaurios: algunos eran muy pequeños pero con muchas ramas pequeñas, otros muy grandes pero con pocas ramas grandes, así que era difícil saber qué dinosaurio había conseguido más madera.

Entonces llegó al montón de madera que había conseguido el pequeño Bambiraptor, el dinosaurio más chiquitín de todos los que habían estado allí. Todos se habían reído al verle aparecer ya que era tan, tan pequeño que le costaba mucho esfuerzo recoger la madera.

El Bambiraptor se había pasado el día corriendo de un lado para otro, colándose entre las patas de los dinosaurios más grandes para intentar conseguir más madera que los demás.

Pero el Bambiraptor aunque era muy pequeño, era un dinosaurio muy ordenado. Había cogido la madera y la había colocado tan bien que consiguió juntar más que el resto de dinosaurios más grandes que él.

– ¡Pero cómo lo has hecho! – decían sorprendidos los demás dinosaurios al ver toda la madera que había conseguido.

– He colocado las ramas y así pueden caber más. Cuando se ordenan las cosas, es mejor – respondió el Bambiraptor, más pequeño incluso que un perro y que no tenía miedo de los dinosaurios grandes porque era muy listo.

– Ya tenemos un ganador – dijo feliz el Tyrannosaurus – ¡El Bambiraptor es quien me ha traído más madera así que le construiré también una casa a él! La necesita porque es tan pequeño que tiene que protegerse.

Los demás dinosaurios no se enfadaron porque el Tyrannosaurus tenía la razón en sus palabras. Pero entonces, el Bambiraptor dijo:

– Hay mucha madera, ¿por qué no hacemos casas para todos los dinosaurios? ¡Podemos trabajar juntos!

Y el resto de dinosaurios estuvieron de acuerdo con él y se pusieron muy contentos a construir casas para todos. Los dinosaurios grandes ayudaban a los más pequeños y así, todos colaboraron para vivir juntos y mejor.

El Tyrannosaurus Rex también estaba muy contento porque así no viviría solo. Fabricó su casa al lado de la casa del Bambiraptor y desde ese día, se convirtieron en mejores amigos a pesar de que eran muy diferentes.

Fin del cuento I.

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Cuento II: El diplodocus y el pájaro

El diplodocus era uno de los dinosaurios más grandes que había en la selva. Tenía un cuello muy largo que le permitía comerse las hojas de los árboles más altos y también tenía una cola muy larga para defenderse si alguien le quería atacar.

Como era tan grande y pesaba muchas toneladas, tenía que caminar muy despacio. Por eso, cuando encontraba un árbol con hojas deliciosas y tiernas no paraba de comer hasta que se las terminaba todas.

Muchos pájaros estaban enfadados con el diplodocus porque a veces comía tantas hojas que ya no podían tener sus nidos en esos árboles y tenían que buscar otros.

El diplodocus no lo hacía por ser malo sino porque siempre tenía mucha hambre y cuando empezaba a comer, no podía parar. No se daba cuenta de que molestaba a los pájaros.

El diplodocus se cansa

Un día y tras caminar durante muchas horas, el diplodocus se encontraba muy cansado, tan cansado que casi no podía levantar su cuello para poder comer hojas de los árboles.

Se sentó debajo de un árbol lleno de hojas verdes y frescas pero no pudo comer. Los pájaros que vivían en ese árbol empezaron a reírse de él y a señalarle.

– Ya no nos vas a dejar sin hojas para nuestros nidos, te lo mereces por tragón.

El diplodocus decidió dormir para descansar pero tenía tanta hambre que era imposible. Daba una vuelta, luego otra, pero su enorme barriga hacía tantos ruidos pidiendo comida que no podía dormirse.

– Amigos pájaros – dijo mirando hacia arriba – ¿Podéis darme algunas hojas? Tengo mucha hambre, os prometo que no voy a dejaros sin hojas para vuestros nidos.

– ¡No te creemos! – dijeron los pájaros desde sus nidos – Seguro que cuando te recuperes te comes todas las hojas.

Y así, el pobre diplodocus siguió cansado y hambriento sin que nadie le ayudara. Decidió descansar un ratito más para intentar levantar el cuello y comerse algunas deliciosas hojas verdes.

Un pajarito de buen corazón

Pero un pequeño pajarito estaba mirando al diplodocus con pena. Él era muy pequeñito y le daba pena ver a un dinosaurio tan grande sin poderse comer de lo cansado que estaba.

Esperó para ver si la mamá del diplodocus le llevaba comida igual que hacía la suya pero la mamá del diplodocus estaba muy lejos y no sabía lo que le estaba pasando.

Pidió permiso a sus papás para alimentar al diplodocus pero los papás, preocupados por si el dinosaurio le hacía algo malo al pajarito, le dijeron que no se acercara.

– Diplodocus – dijo el pajarito desde su nido – Si me prometes que vas a ser bueno, te llevo algunas hojas.

– ¡Gracias, pajarito! – respondió el diplodocus con una sonrisa – ¡Te prometo ser bueno!

El pajarito cogió algunas hojitas pequeñas y se las llevó al diplodocus, que se las comió rápidamente. Pero como eran hojas pequeñas todavía seguía teniendo hambre y quería comer más.

– Pajarito, ¿puedes traerme más hojas? Necesito comer mucho…

Y el pajarito se esforzó mucho para ir a buscar más hojas y llevárselas a su nuevo amigo dinosaurio. Intentó llevarle hojas grandes pero pesaban mucho para él y no podía.

Los demás pájaros empezaron a ver lo que hacía el pequeño pajarito y decidieron ayudarle. Poco a poco, todos los pájaros se unieron para llevarle hojas y más hojas al diplodocus, que se fue animando.

Por fin, el diplodocus dijo a los pájaros que ya no tenía más hambre y gracias a que había comido mucho, se le pasó el cansancio y pudo ponerse de pie.

– Muchas gracias, amigos pájaros, ya puedo volver a caminar en busca de más comida.

Entonces los pájaros tuvieron un poco de miedo. ¿Y si el diplodocus quería seguir comiendo y una vez más se acababa todas las hojas de sus árboles?

Pero no fue así: el diplodocus se fue de allí muy contento después de hacerse amigo de los pájaros, en especial del pequeño pajarito, y nunca jamás volvió a dejarles sin hojas para sus nidos.

Fin del cuento II.

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Cuento III: Vamos a ayudar al Lagosuchus

En la selva, todos los dinosaurios vivían felices. Muchos dinosaurios se acercaban al gran lago para beber agua. Otros jugaban al escondite entre los árboles y se divertían mucho. Algunos se divertían corriendo y persiguiéndose mientras se gastaban bromas.

Un día, el Stegosaurus estaba comiendo flores y escuchó a dos Tyrannosaurus Rex que estaban hablando a escondidas. Querían asustar al pequeño Lagosuchus para demostrar lo grandes y fuertes que eran.

El Stegosaurus se enfadó mucho: él no conocía al Lagosuchus pero no quería que nadie le asustara así que pensó un plan para poder ayudarle.

Tenía que conseguir que los Tyrannosaurus Rex dejaran de ser malos y molestar a los dinosaurios pequeños pero tenía que hacerlo muy bien para que no saliera mal.

Hay que ser amigos

Lo primero que pensó el Stegosaurus era que tenía que hacerse amigo del Lagosuchus. Un día se acercó a él poco a poco porque el Lagosuchus era mucho más pequeño que él y podía tener miedo.

Al principio el Lagosuchus se escondía y le miraba con desconfianza: tenía miedo porque era mucho más pequeño y creía que iba a hacerle daño.

Al final, un día el Stegosaurus empezó a hablar con él y le pidió ayuda para buscar flores deliciosas que comer.

– Aunque seas pequeño, tú también puedes hacer cosas importantes – le dijo con cara de felicidad cuando le ayudó a coger flores. Así, se hicieron amigos y se lo pasaban muy bien juntos. El Lagosuchus estaba muy contento porque al fin tenía un amigo con el que jugar.

Los dos nuevos amigos hablaron con otros dinosaurios enormes como el diplodocus y se dieron cuenta de que aunque eran mucho más grandes que los Tyrannosaurus Rex, también les tenían miedo.

El Stegosaurus no se podía creer que animales más grandes y fuertes también tuvieran miedo de enfrentarse a Tyrannosaurus. Pensó que era porque estaban solos y no tenían amigos.

– ¡Pero eso no puede ser! – dijo enfadado el Stegosaurus – Tenemos que estar juntos y unidos para vencer al Tyrannosaurus Rex -.

Todos los dinosaurios estaban de acuerdo con lo que había dicho el Stegosaurus y decidieron unirse para no tener miedo.

La unión hace la fuerza

Un día, varios dinosaurios fueron hacia donde se encontraba el Tyrannosaurus Rex. No solamente iban el Stegosaurus y el Lagosuchos, sino también el diplodocus y otros dinosaurios como el Triceratops o los Velociraptor.

Algunos dinosaurios también se habían peleado con el Tyrannosaurus Rex pero otros estaban allí para apoyar a sus amigos y no dejarlos solos. Si estaban juntos, no tendrían miedo

Los dinosaurios atacaron al Tyrannosaurus Rex pero sin hacerle daño. Querían demostrarle que eran amigos y que
estaban unidos. El Tyrannosaurus fue caminando hacia atrás con miedo hasta que de repente, vio que estaba atrapado dentro de una cueva.

El Tyrannosaurus pensaba que los demás dinosaurios iban a tratarte mal, como hacía él con los demás, pero vio que en realidad no querían hacerle daño de verdad.

Los dinosaurios le dijeron al Tyrannosaurus Rex que tenía que dejar de ser tan malo con los demás animales, en especial con los más pequeños. Le hicieron prometer que jamás volvería a molestar a nadie.

Cuando el Tyrannosaurus Rex prometió ser bueno, le dejaron salir de la cueva. Los demás dinosaurios le hicieron firmar un papel y aplaudieron felices cuando el Tyrannosaurus lo firmó.

Los dinosaurios se hicieron amigos de Tyrannosaurus y jugaban con él para que no estuviera solo. Así, el Tyrannosaurus dejó de ser malo porque se lo pasaba muy bien con sus nuevos amigos.

Habían demostrado que si todos se juntaban y se ayudaban unos a otros, podrían conseguir arreglar cualquier problema.

Fin del cuento III.

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